Me transporta a otra realidad con solo escucharla.
Había días en que la realidad pesaba demasiado: mi madre preocupada por el dinero, mi hermana reclamándome, y yo solo quería un escape.
No necesitaba más que ir a la habitación en busca de la música, mi refugio. Ubicaba la repisa con mis casetes ordenados, elegía mi favorito y lo sacaba de su caja. Escogía el lado que deseaba escuchar, lo introducía en el reproductor portátil o comúnmente conocido como walkman, conectaba los audífonos, y cerraba los ojos. Era como si el mundo se quedara en pausa y solo existiéramos la música y yo, aislados de cualquier problema o ruido externo.



Cae la noche y amanece en París… Esa canción de La Unión siempre me transportaba a un lugar donde todo era posible. La música lograba que mis pensamientos vagaran por sitios que solo conocía en fotografías y letras. Es algo que el rock en español tiene: cada canción cuenta una historia que me permite soñar despierto, a veces con imágenes tan vívidas como las de un hombre lobo paseando por París, y otras con escenas de la vida cotidiana, con una intensidad que solo Hombres G o Soda Estéreo podían dar. Haciéndome sentir emociones fuertes con la sensibilidad a tope y mi cerebro procesando cada palabra o frase y cómo estas se combinaban con las notas musicales de aquellos grandes éxitos…





En ocasiones, un repentino silencio, y no me refiero a Heroes del silencio; cortaba la canción de golpe para recordarme que las pilas no duraban demasiado y menos si no eran las del conejito. No era lo único que podía interrumpir una reproducción, pues algunas veces grababa alguna canción nueva o una versión diferente en una grabadora directamente desde la emisora de radio. Y existía la posibilidad de que los locutores hablaran o colocaran algún anuncio. Incluso por un error de grabación en la cinta podía pasar que al escucharla sonara pura estática o ruido blanco. Porque se había estropeado la grabación.
Así mismo podía ocurrir que estuviera escuchando una estrofa tan increíble que me hacía retroceder la cinta para oirla de nuevo; a veces esto ocasionaba que se atorara la cinta y era necesario rebobinar con un bolígrafo dentro del cassette hasta corregirlo o llegar a la parte que querías escuchar de nuevo. Pero eran esos pequeños detalles y la interacción humana la que hacía tan especiales los cassettes, como si cada reproducción contara una historia diferente, una versión única y propia que solo yo podía disfrutar.


Sin embargo, con el tiempo la tecnología avanzó y llegó una nueva era: la era del CD. Recuerdo la emoción cuando escuché esa perfección digital de los discos compactos y los reproductores portátiles o discman; era como un sueño.
No solo era más práctico, sin tener que preocuparse de que se atorara la cinta o rebobinar, sino también el hecho de que le cupieran muchas más canciones que a un cassette. Eso me hace recordar la historia de cómo el dueño de Sony decidió el tamaño del CD para acomodar la Novena Sinfonía de Beethoven y creo firmemente que la tecnología influye en la forma en que experimentamos la música.
Los CD eran perfectos, sí; prácticos y brillantes. Pero algo de la esencia se perdió. Aquella imperfección que solo los cassettes podían tener, ese toque humano y espontáneo que tenía que ver más con el momento que con la claridad del sonido.
Algo igual de mágico era comprar los cassettes o discos sin conocer el contenido. Con las expectativas e intriga a tope, queriendo escuchar las melodías por primera vez, esperando no quedar decepcionados y confiando en que las canciones serían una mezcla perfecta de letras y sonidos en armonía…
Abiertos y deseosos de conectar nuestras emociones o sentimientos con experiencias y pensamientos que ahora son solo recuerdos. Que hoy están llenos de sonidos, pequeños detalles que reviven otra época. Quizás la perfección no era lo importante, sino cómo esos pequeños defectos hacían cada canción única, como el eco de instantes irrepetibles.
Como las canciones que se desvanecen en el silencio, aquellos momentos quedan grabados en mi memoria, un eco del pasado que resuena en el presente.
Atte. Max

